martes, 2 de julio de 2019

Narrativa: 'Serie Brubaker' - Pareja De Baile

Carolyn Zane

Infolector

Aunque era la única hija de una orgullosa y próspera familia de Texas, Patsy Brubaker no podía encontrar marido... Al menos, no a tiempo para que la acompañara a la reunión de antiguos alumnos de su colegio, y desde luego, no con tiempo suficiente para tener los dos preciosos hijos de los que había presumido.

Por suerte, tenía un plan para salir del apuro: lo único que tenía que hacer era convencer al rudo capataz, Justin Lassiter, para que fingiera ser su marido. ¡Pero debía procurar no enamorarse de aquel vaquero reacio al matrimonio!

Capítulo 1

—Patsy, cariño —Big Daddy Brubaker, el patriarca del extenso clan Brubaker se quitó de la boca el puro que estaba fumando para hablar con más claridad, y se arrellanó en el sillón para concentrarse mejor en la conversación con su hija—. Tu cumpleaños ha sido hace poco, ¿verdad, cielito?

Patsy asintió con una pizca de aprensión.

—¿Y cuántos has cumplido, mi niña?, ¿veintidós, veintitrés...?

—Veintiocho.

—¡Veintiocho! —exclamó maravillado—. ¡Qué deprisa pasa el tiempo! —comentó, mirándola fijamente—. Parece que fue ayer cuando te marchaste al extranjero a seguir esos cursos de danza —se quedó un instante en silencio, como sopesando aquella sorprendente noticia—. Veintiocho... —repitió meneando la cabeza incrédulo—. ¡Y que a estas alturas sigas viviendo con nosotros! —le reprochó, lanzando una mirada cargada de intención a Clarise, su mujer.

—Sí, Big Daddy —asintió Patsy. Por mucho que le doliera reconocerlo, aquella era la triste verdad.

En un intento de desviar la atención de su padre, echó un vistazo a su alrededor, a la casa que había sido su hogar durante toda su vida, con excepción de los cinco años que había pasado en Europa estudiando ballet.

Era sin duda una hermosa mansión; construida antes de la guerra impresionaba tanto por su tamaño como por su elegancia. En el frente se alzaban unos altos pilares que, semejantes a gigantes centinelas, sostenían una amplia baranda. El camino de entrada estaba bordeado por árboles imponentes, y en los alrededores se habían construido otra media docena de edificios. Desde donde estaba sentada, Patsy podía distinguir las habitaciones de los criados, el inmenso garaje, la casa de la piscina, un cenador, el invernadero, la rosaleda y los establos.

Era un lugar absolutamente perfecto salvo por una cosa: a aquellas alturas, Patsy debería estar en su propia casa, almorzando con sus amigos y su propia familia. Por desgracia no era así, y apenas veía a otras personas que no fueran sus padres y hermanos pequeños.

Se sentía cansada y algo deprimida; después de pasarse cinco años estudiando en Europa, ¿qué había conseguido? Tan sólo aparecer en un par de festivales benéficos en Dallas... por no hablar del hecho de que siguiera viviendo en las mismas habitaciones que desde niña tenía en casa de su padre. Muchas veces había pensando en intentar desarrollar una carrera en el competitivo mundo de la danza, pero, a su edad, ese deseo era poco más que un sueño. Por otra parte, tras haber pasado cinco años lejos de su familia, le quedaban pocas ganas de dejarles otra vez; todavía le dolía haberse perdido las bodas de sus tres hermanos mayores.

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