jueves, 30 de mayo de 2019

Perfiles: Friedrich Nietzsche

Filósofos Alemanes

Infolector

Extracto de: ‘Vidas de Nietzsche’

Miguel Morey

El hijo del predicador

(1844-1868)

1

La mayoría de los testimonios que poseemos sobre la infancia de Nietzsche nos lo presentan como un niño solitario, grave y altivo; con ocurrencias y maneras insólitas para su edad. Si se quiere, puede ser éste un retrato embellecido por su hermana con el fin de volver aún más heroica su figura y presentarla a la posterioridad con todos los rasgos de la genialidad precoz.

Aún así, a pesar del descrédito progresivo en el que han ido cayendo los testimonios de su hermana conforme se iban haciendo patentes sus imposturas y falsificaciones, no parece oportuno prescindir por completo de ellos, no sólo porque son casi los únicos que existen sobre determinados momentos de la vida de Nietzsche (como por ejemplo, su primera infancia), sino también porque se apoya directamente en ellos buena parte de la mitología personal que acompañó la primera recepción de la obra de Nietzsche, y cuya resonancia, en alguna medida, todavía perdura.

De creerla a ella, el abuelo materno, Oehler, fue «el primero en percibir los dones extraordinarios de su nieto Friedrich». Y así, nos cuenta por ejemplo cómo el abuelo solía atajar las quejas de la madre, exigiendo que se respetaran las rarezas de Nietzsche, ya que «es el niño más extraordinario, el mejor dotado que yo haya encontrado en toda mi vida; entre mis seis hijos no reúnen la mitad de dones que Fritz...»3.

Los más tempranos compañeros de Nietzsche destacan también su notoria superioridad intelectual, aunque de un modo más matizado: no lo hacen sin añadir comentarios acerca de su profunda melancolía, próxima a la misantropía, su gran timidez, su miopía, o sus escasas dotes para las matemáticas o la gimnasia. Respecto de esa ceremoniosa gravedad suya, mezcla igualmente exagerada de autodominio y pundonor, que tanto respeto contribuía a despertar en sus condiscípulos, la siguiente anécdota, que también nos transmite su hermana, es bien reveladora, en su misma ambigüedad: «Un día, una violenta tormenta comenzó a caer justo en el momento de la salida de la escuela. Nosotras esperábamos a nuestro Fritz en el extremo de la calle Priestergasse. Todos los muchachos se precipitaron en tromba hacia sus casas. Finalmente, apareció el pequeño Fritz, andando calmadamente, con su gorra protegida bajo la pizarra y un pequeño pañuelo encima. Mamá le gritó desde lejos: “Pero corre, venga”. La lluvia que caía no nos dejó oír la respuesta. Luego, como mi madre le hiciera reproches al verlo tan calado, él respondió gravemente: “Pero mamá, el reglamento dice que los alumnos no deben salir de la escuela corriendo ni brincando, sino que han de volver a casa de una manera calmada y tranquila”»4.

Sea como fuere, si en algo coinciden todos los recuerdos de quienes le conocieron entonces, es en su piedad, en su escrupulosa religiosidad. Desde muy niño, Nietzsche había asumido su destino de predicador, y se ejercitaba concienzudamente para cumplir ese papel5.

2

Nietzsche era hijo del pastor protestante Karl Ludwig (1813-1849) y de Franziska Oehler (1826-1897), casados en 1843 e hijos ambos de pastores protestantes. El padre, ferviente monárquico, había sido preceptor en la corte de Altenburg y, al parecer, era allí muy bien considerado hasta que una enfermedad que le afectaba el sistema nervioso y el cerebro le obligó a pedir el traslado a un destino más tranquilo: una parroquia en el pequeño pueblo de Röcken (Turingia, en la Sajonia prusiana). En De mi vida, una colección de escritos de adolescencia, Nietzsche lo recuerda así: «Al lado de la carretera comarcal que va desde Weißenfels hasta Leipzig y que pasa por Lützen, se halla la villa de Röcken. Se encuentra rodeada de sauces, álamos y olmos aislados, de modo que desde lejos sólo se ven sobresalir las elevadas chimeneas de piedra y el antiquísimo campanario sobre las verdes cimas. En el interior del pueblo hay anchos estanques separados unos de otros por estrechas franjas de tierra. En torno a ellos, verde frescor y nudosos sauces. Algo más arriba se encuentra la casa parroquial y la iglesia; la primera está rodeada de jardines y de prados arbolados»6.

Allí nacerá Nietzsche en 1844, el 15 de octubre. En el bautizo, el verso bautismal escogido por su padre será el de Lucas 1:66: «Y todos guardaban en su corazón los comentarios que oían, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él». Es el día del cumpleaños del rey y por ello el recién nacido llevará sus nombres: Friedrich Wilhelm, al igual como su hermana llevará los de las hijas del duque de Sajonia-Altenburgo, de las que el padre de Nietzsche había sido tutor: Elisabeth Therese Alexandra. Con motivo del nacimiento, su padre escribirá, en el libro de registros de la parroquia, cosas como la siguiente: «¡Oh gozoso mes de octubre, bienaventurado seas! Tú has sido, a lo largo de mi vida, el mes en que me han sucedido los acontecimientos más importantes. Pero, el de hoy es el mayor de todos, y el más maravilloso, porque es el bautismo de mi hijito...»7. Su hermana Elisabeth nacerá dos años más tarde, el 10 de julio; y el 27 de febrero de 1848 su hermano Joseph, que morirá a los dos años. Coincidiendo con el nacimiento de Joseph, el estado de salud del padre empeorará, tal vez a causa de una caída desafortunada. Se le diagnostica reblandecimiento cerebral. En pocos meses su salud se agravará de modo definitivo; dará su último sermón el 17 de septiembre. Al año siguiente, muere, el 30 de julio. Por entonces Nietzsche aún no ha cumplido los cinco años; su padre tenía treinta y seis.

En enero de 1850 morirá su hermano Joseph, y al parecer, Nietzsche tuvo un sueño premonitorio al respecto. En De mi vida, lo recuerda así: «Algunos meses después me aconteció una segunda desgracia, que ya había presentido en un sueño muy singular. Era como si de la cercana iglesia oyese los sordos sonidos del órgano. Sorprendido, abrí la ventana que da a la iglesia y al cementerio. La tumba de mi padre se abrió y de ella salió una blanca figura que desapareció en la iglesia. La música, tétrica y desagradable, subió de tono; la blanca figura apareció de nuevo llevando algo bajo el brazo que yo no pude reconocer con claridad. El túmulo se abre, la figura desaparece, calla el órgano; me despierto. A la mañana siguiente mi hermano pequeño, un niño vivaz e inteligente, sufre un ataque de convulsiones y muere al cabo de media hora. Se le enterró directamente en la tumba de mi padre»8.

En adelante, los primeros años de Nietzsche transcurrirán exclusivamente entre mujeres: su abuela, Erdmuthe, su madre, su hermana y sus tías paternas, Auguste y Rosalie; y presumiblemente sobreprotegido. Podría aducirse a título de ejemplo lo que escribe su hermana, tratando de justificar la tardanza de Nietzsche en aprender a hablar: «Fritz está demasiado bien cuidado y servido. Al menor signo, todo el mundo cumple su voluntad. ¿Por qué tendría que molestarse en hablar entonces?»9.

A la muerte de su padre, la familia se trasladó a Naumburg an der Saale. Naumburg era por entonces una pequeña ciudad amurallada, rodeada por un gran foso franqueado por cinco puentes levadizos que se cerraban al anochecer. Además, poseía una de las más bellas catedrales de toda Alemania, a la que el pequeño Nietzsche acudirá frecuentemente para escuchar los oratorios. Un año después, se le inscribe en la escuela privada del candidato Weber, donde por Pascua comienza sus estudios de religión, latín y griego, para preparar su ingreso en el Domgymnasium de Naumburg. Allí trabará entonces sus primeras amistades, principalmente con sus condiscípulos Wilhelm Pinder y Gustav Krug10.

3

Fue precisamente en el transcurso de una velada en casa de su condiscípulo Krug, cuando Nietzsche descubrió lo que iba a ser una de sus compañías más indiscutiblemente fieles: la música. El impacto de aquel encuentro fue tan importante que, el mismo año, en 1851, su madre le regala un piano, y comienza a recibir educación musical. Por lo visto, las veladas musicales no eran infrecuentes en casa de los Krug, incluso se decía que el padre era un intérprete de cierto talento; y por su parte, en casa de los Pinder se organizaban lecturas de los grandes clásicos de la literatura alemana, a las que Nietzsche tendrá también la oportunidad de asistir.

Recordando aquella etapa de su vida, en uno de sus bocetos autobiográficos juveniles, escribe: «Ya desde los nueve años sentía una profundísima atracción por la música. En aquel feliz estado en el que todavía no se conocen los límites de nuestras capacidades y es posible creer que se llegará a alcanzar lo que se ama, yo tenía ya escritas incontables composiciones, y también había adquirido algo más que una cultura musical meramente diletante». Y anota la siguiente reflexión: «Dios nos ha concedido la música, en primer lugar, para que mediante ella ascendamos a las alturas»11.

Suele decirse que deja de componer música en 1865, y no es del todo exacto (Manfred-Meditation es de 1872, por ejemplo), pero lo que es seguro es que entre 1874 y 1882 (año en el que le dedica Gebet an das Leben a Lou Salomé) no hay registro de ninguna composición suya. En todo caso, seguirá interpretándola y escuchándola, modificando su escucha con el tiempo, y usándola de modos diversos como piedra de toque para sus apreciaciones. Muchos años más tarde, ya en la recta final de su vida lúcida, le escribe a Peter Gast en este sentido: «La música me ofrece ahora sensaciones que, en realidad, nunca me había ofrecido antes. Me libra de mí mismo, me desengaña de mí mismo, como si yo me percibiera y me sintiera en panorámica totalmente desde la lejanía; la música me refuerza cuando la escucho y, siempre, tras una noche de música (— he escuchado Carmen cuatro veces) viene una mañana de visiones y ocurrencias repletas de energía. Es algo muy singular. Es como si me hubiera bañado en un elemento más natural. La vida sin música es sencillamente un error, una labor ímproba, un exilio»12.

La primera composición original suya que se conserva data de 1856, una Sonatine (NWV 44). Y se sabe también que durante sus largos años de silencio, entre sus últimas compañías figuraba un piano.

4

Compañía tan fiel como la música serán, a lo largo de toda su vida, la enfermedad y el dolor. Los primeros síntomas alarmantes datan de 1856, bajo la forma de fuertes dolores de cabeza y ojos; hasta el punto de que, por ese motivo, recibe en varias ocasiones vacaciones escolares. Pocos años más tarde, ya en la escuela de Pforta, un parte médico, tras mencionar sus enfermedades más frecuentes (migrañas, resfriados, reumatismo…), hace constar lo siguiente: «Nietzsche es enviado a su casa convaleciente. Es un muchacho rechoncho y sanguíneo, con una mirada extrañamente fija, miope, presa de frecuentes dolores de cabeza. Su padre murió a causa de un reblandecimiento cerebral, siendo también él hijo de un hombre de edad avanzada, y Nietzsche fue engendrado por un padre ya enfermo. No hay síntomas graves por el momento. Pero, debe vigilarse, a la vista de sus antecedentes»13.

Los dolores seguirán progresando hasta 1872, año en el que publica El nacimiento de la tragedia; y que es, según los cronistas, el primero de los dieciséis años de vida creativa de Nietzsche, y el último en el que goza de un estado de salud tolerable. No es de extrañar así, no sólo la importancia que en su reflexión cobran los temas del dolor, la salud y afines, sino también el modo como su experiencia doliente (contrapesada por los momentos eufóricos en los que el alivio le hace entrever qué podría ser esa gran salud que le está vedada y por la que luchó sin descanso; una gran salud que en poco se diferencia del entusiasmo por el simple hecho de sentirse vivo) es una experiencia que tutela sin cesar su quehacer intelectual. Por ejemplo, en el verano de 1882, cuando por vez primera cree haber reconquistado por entero su salud, le escribe a Rohde estas reveladoras palabras: «¡Qué años! ¡Qué sufrimientos interminables! ¡Qué turbación, qué zozobra y abandono interiores! ¿Quién ha soportado tanto como yo? ¡Desde luego no Leopardi! Si, por tanto, hoy he superado todo esto, y experimento la alegría de quien ha vencido y estoy lleno de nuevos proyectos difíciles — y, si me conozco bien, ¡con la perspectiva de otros sufrimientos y tragedias que me golpearán de manera aún más dura e íntima, y con el coraje de afrontarlos! —, quién puede entonces tomarse a mal que considere buena mi medicina. Mihi ipsi scripsi — hay que atenerse a ello; y hacer así cada uno a su manera lo que sea mejor para él — ésta es mi moral: — la única que todavía me queda»14.

Esta escritura de sí mismo que le acompañará durante toda su vida lúcida, Nietzsche la inicia en el sentido más literal durante el verano previo a su ingreso en la escuela de Pforta. Durante las vacaciones en casa de sus tíos, en Pobles, del 18 de agosto al 1 de septiembre de 1858, escribe el memorándum troncal de De mi vida. Mes y medio después cumplirá catorce años.

5

Fundada por unos monjes cistercienses en el siglo XII y cercana a Naumburg, la escuela de Pforta es una de las más antiguas de Alemania y, sin duda, era por entonces la más prestigiosa junto con la de Maulbronn, en Suabia, donde se educó la gran tradición revolucionaria alemana: Hegel, Hölderlin, Schelling... Abanderada del protestantismo, desde el año 1543, cuando fueron expulsados los benedictinos, esa abadía centenaria vio pasar por sus aulas a espíritus tan elegidos como Novalis, Fichte o los hermanos Schlegel. Y allí acudirá también Nietzsche para realizar sus estudios secundarios, de 1858 a 1864, becado por la ciudad de Naumburg. Su rígida disciplina y el alto nivel de exigencia intelectual hacían de los doscientos estudiantes que vivían en Pforta una suerte de orden monástica en la que el estudio de los clásicos y la meditación sobre el futuro ocupaban por entero el lento sucederse de las horas. Un día cualquiera transcurría despertándose a las 5 de la mañana. A las 5:30, rezo matutino y desayuno rápido; a las 6 comienzan las clases, hasta las 12:30, hora de comer. Luego, tras un momento para la oración, a las 2 vuelta a las clases de la tarde, hasta las 4. La hora siguiente se dedica a la lectura, hasta las 5:15, en que comienza el tiempo destinado a las tareas escolares. La cena se sirve a las 7; a las 8:30 tiene lugar la última oración del día y a las 9 todos deben estar en la cama con las luces apagadas y la puerta del dormitorio cerrada. Éste fue el régimen de vida que siguió Nietzsche desde sus catorce años hasta cerca de los veinte; y sería prudente no olvidar este hecho cuando se escuchen algunas de sus reflexiones, sobre el ascetismo, por ejemplo, o sobre la disciplina, también sobre la educación15…

Pforta, incluso mucho tiempo después, bajo el nazismo, llamada ahora Napola y reconvertida a imagen de las Kadettenschulen, seguirá siendo lo que siempre fue: un centro de formación para las élites de la Alemania del futuro. Nietzsche será uno de ellos, de los mejores; trabajará con tesón y éxito notables. De su estancia allí, conocemos por su diario sus lecturas y traducciones de los clásicos griegos y latinos (un trabajo suyo de entonces sobre Teognis, por ejemplo, le acompañará hasta la Universidad, donde lo completará a lo largo de toda su carrera, publicándolo en el Rheinisches Museum de Leipzig, en 1867)16; sabemos de su entusiasmo por los románticos, muy especialmente por los héroes inmoralistas de Schiller, y luego su descubrimiento de la poesía de Hölderlin; su trato frecuente con Emerson, que tan profunda huella dejará en su prosa; y finalmente, su educación del gusto musical, en la que por entonces Schumann ocupa un primerísimo lugar. Allí, Nietzsche estudia, escribe poemas, compone música, medita; y de su estancia en Pforta conservará siempre ese estilo de vida frugal y disciplinado, así como una soñadora nostalgia por una comunidad monástica de pensadores, que le acompañará durante toda su vida.

6

De entre los trabajos escolares que Nietzsche llevó a cabo en esos años se ha conservado uno dedicado a la figura de Hölderlin en el que puso un empeño especial. Fechado el 19 de octubre de 1861, lleva por título «Carta a mi amigo en la que le recomiendo la lectura de mi poeta preferido». Siete días antes le había escrito a su madre una reclamación urgente al respecto: «Necesito, para un trabajo de alemán sobre Hölderlin, una biografía que se encuentra en mi librería»17. Y por lo visto quedan huellas claras de ese libro en su escrito, algunas entrecomilladas. Allí, Nietzsche pone en boca de un amigo imaginario una crítica rotunda a Hölderlin que presumiblemente recoge el estado de opinión del momento, en el que se ningunea el valor de su aportación a la literatura alemana. Así, su supuesto amigo caracteriza la escritura de Hölderlin de «oscura palabrería y, a menudo, pensamientos que parecen sacados del manicomio, violentas invectivas contra Alemania, idolatría del mundo pagano, tan pronto naturalismo, tan pronto politeísmo sin orden ni concierto... ésta es la impronta de sus poemas, por lo demás, escritos en correctos metros griegos». En su respuesta, Nietzsche comienza por escandalizarse ante el menosprecio que entraña la calificación de «correctos», con la que se considera la recuperación hölderliniana de la métrica griega. ¿Cómo puede llamarse simplemente correcto a lo que es toda una recreación? A continuación, pasa a defender abiertamente las presuntas invectivas contra Alemania. «Hay una buena cantidad de interesantes poemas en los que el autor manifiesta a los alemanes verdades amargas que, por desgracia, están más que fundamentadas. También en Hiperión arroja agudas y cortantes palabras contra la “barbarie” alemana. Sin embargo, en realidad, tamaño desprecio es conciliable con el mayor de los patriotismos, que Hölderlin poseía, ciertamente, en alto grado. Pero odiaba en el alemán al simple especialista, al filisteo»18. Un punto de vista este que sabemos proliferará a lo largo de todas sus Consideraciones Intempestivas, una década más tarde, en las que incluso el término mismo (Philister:filisteo) gozará allí de un papel relevante. Igualmente, las palabras con las que evoca la «divina sublimidad» del Empédocles hölderliniano parecen anunciar ya el drama que con el mismo título Nietzsche proyectaría en el invierno de 1870-1871, y del que consta un plan detallado en la edición correspondiente de sus póstumos19. Pero, sobre todo, el eco dominante remite inequívocamente a la figura misma del Zaratustra nietzscheano. En general, la Grecia visionaria que comienza a dibujar con precisión Nietzsche en su época de filólogo encuentra sin duda sus raíces aquí, en Empédocles como prototipo de «héroe trágico», en la vibración musical de Hiperión, en una Grecia heroica transfigurada poéticamente desde una nostalgia infinita.

Sorprende en este breve escrito de apenas 900 palabras una seguridad de juicio tan temprana, una mirada tan anticipadora de lo que no mucho después sería ya obvio. Y sin embargo tan a contrapelo también de la opinión de sus contemporáneos, para quienes Hölderlin era un poeta irrelevante. Nietzsche acaba de cumplir diecisiete años, y el profesor que le evalúa le otorga una calificación discreta, y anota al margen: «Quiero dar al autor el consejo amistoso de que dedique su atención a un poeta más sano, claro y alemán». Es el mismo parecer que mantienen los Wagner, una década larga más tarde, a juzgar por lo que se lee en el diario de Cosima: «Richard y yo constatamos con cierta inquietud la gran influencia que este escritor ha ejercido sobre Nietzsche», escribe el 24 de diciembre de 1873. Sin duda, habrá que esperar unos cuantos años para que aparezcan los primeros indicios públicos de consideración hacia Hölderlin y su tarea poética20.

7

En Pforta, Nietzsche establecerá algunas amistades que tendrán una importancia capital en la vida de este filósofo nómada y solitario; y en particular, merece destacarse su relación con Carl von Gersdorff21 y con Paul Deussen22. Sigue en contacto también con sus amigos Pinder y Krug, con quienes fundará entonces la sociedad musical y literaria Germania, cuyos miembros se obligaban a entregar una vez al mes una obra creativa de tipo literario, musical o simplemente escolar, para ser objeto de discusión durante las sesiones que tenían lugar en Naumburg, adonde Nietzsche se desplazaba domingos y festivos. Encontramos un testimonio de la importancia que Nietzsche asignaba a las actividades de dicha sociedad, en la caracterización que de ellas realiza años más tarde, en una conferencia, el 16 de enero de 1872, la primera de Sobre el porvenir de nuestros establecimientos educacionales. Dijo entonces: «Con ocasión de un anterior viaje por el Rhin, emprendido en las postrimerías del verano, mi amigo y yo, habíamos concebido casi en el mismo momento, y en el mismo lugar — y sin embargo, cada uno por separado — un plan, así que precisamente por tan singular coincidencia nos sentimos obligados a llevarlo a la práctica. Decidimos fundar una pequeña comunidad de camaradas, con el propósito de establecer para nuestras aficiones productivas al arte y a la literatura una organización estable y coercitiva; cada uno debería comprometerse a remitir todos los meses un producto propio, ya fuera una poesía, una disertación, un boceto arquitectónico o una composición musical; producto que cada uno de los demás tendría derecho a juzgar con la ilimitada franqueza de la crítica amistosa. De esta suerte creíamos tanto estimular como encauzar debidamente nuestro anhelo de ilustración mediante un sistema de recíproca vigilancia; y en efecto, el éxito era tal que no podíamos por menos de evocar siempre con gratitud, y aun embargados por un sentimiento solemne, ese momento y ese lugar que nos habían inspirado aquella idea».

8

De los escritos que se conservan de Nietzsche correspondientes a las actividades de la sociedad Germania, destacan por su elaboración especialmente dos: «Fatum e Historia», fechado en las vacaciones de Pascua de 1862, y «Libertad de la voluntad y fatum», de abril del mismo año. Podrían caracterizarse como dos ejercicios de asimilación del pensamiento de R. W. Emerson, de quien será lector asiduo y entusiasta durante toda su vida. Aquí se centra en la obra The Conduct of Life, publicada en 1860 (y traducida al alemán en 1862, en Leipzig), cuyo primer ensayo lleva precisamente por título «Fate». Allí, a la pregunta por cómo debería vivirse, Emerson comienza contraponiendo a un lado la «dictadura irresistible» del fatum y del otro «la libertad, la importancia del individuo, la grandeza del deber, la fuerza del carácter», lo que se quiere y lo que se puede frente a frente. Y la única conciliación posible para este antagonismo quedará situada del lado de la fortificación de la energía interior, en la asunción de una doctrina de la confianza en uno mismo (la self-trust, la self-reliance). Y en el trasfondo, la espera de un hombre que alcance a vivir con intensidad el alma suprema (la Over-soul), capaz de hacer el silencio en sí mismo para escuchar cómo habla en su interior el misterio, y por encima de todo, con «voluntad de ser fuerte», lo suficiente como para crear el destino que le dirige23.

En el primero de sus ejercicios de digestión Nietzsche se preguntará: «¿Qué es lo que determina la suerte en nuestra vida? ¿Se la debemos a los acontecimientos de cuyo vórtice nos vemos excluidos? ¿O no será nuestro temperamento el que marca el color dominante de los acontecimientos? ¿Acaso no se nos aparece y enfrenta todo en el espejo de nuestra propia personalidad? ¿Y no dan al mismo tiempo los acontecimientos el tono propio de nuestro destino, en tanto que la fuerza y la debilidad con la que se nos aparece depende exclusivamente de nuestro temperamento? Preguntad a los mejores médicos, dice Emerson, por las cosas que determina el temperamento y qué cosas son las que no determina en absoluto». Frente a las determinaciones históricas y las biológicas, Nietzsche situará a la libre voluntad, que «se manifiesta como aquello que no tiene ataduras, como lo arbitrario; es lo infinitamente libre, lo errático, el espíritu». Nietzsche aún no sabe de la existencia de Schopenhauer, y sin embargo la voluntad ya queda situada en el centro de su atención. Y su mirada apunta a disolver el antagonismo entre el fatumy la libre voluntad, que es también un procedimiento para remover el obstáculo que el fatum le opone al individuo. Aquí, parece primar el primer aspecto. «Tal vez no sea la libre voluntad, […] otra cosa que la potencia máxima del fatum. La historia universal sería, entonces, historia de la materia, si tomamos esta palabra en un sentido infinitamente amplio…». Mientras que en el segundo escrito, el acento parece caer sobre el segundo aspecto: «En la voluntad libre se cifra para el individuo el principio de la singularización, de la separación respecto del todo, de lo ilimitado; el fatum, sin embargo, pone otra vez al hombre en estrecha relación orgánica con la evolución general y le obliga, en cuanto que ésta busca dominarle, a poner en marcha fuerzas reactivas; una voluntad absoluta y libre, carente de fatum, haría del hombre un dios; el principio fatalista, en cambio, un autómata»24.

Según se cuenta, Nietzsche viajó siempre con su Emerson en la maleta. De hecho se conserva una carta suya a Carl von Gersdorff en la que le anuncia que, regresando de Bayreuth, en la estación de Wurzburg, «el magnífico Emerson, que tenía conmigo en Bergun, me lo han robado junto con mi maleta de viaje llena»25. Igualmente había de acompañarle la cuestión de la voluntad. La importancia que tuvo en su pensamiento difícilmente puede ser exagerada; de modo tácito o explícito, fue una presencia insistente hasta su madurez. En sus últimos años lúcidos, llegó a pensar incluso que la cuestión de la voluntad podría ser un buen eje vertebrador para una selección de sus escritos privados, y soñó el título de La voluntad de poder. Y sin duda también debería recordarse al respecto el título del último capítulo de Ecce homo, «Por qué soy un destino», en el que resuena el grito de quien finalmente cree haber solventado el problema que el fatum le impone a la libertad.

9

En 1864, al concluir sus estudios, Nietzsche se inscribe como estudiante de teología y filología clásica en la Universidad de Bonn. Su antiguo profesor de Pforta, Karl Steinhart, le recomienda a su colega de Bonn, también exalumno de Pforta, Karl Schaarschmidt, en estos términos: «Nietzsche es un espíritu profundo y reflexivo. Está lleno de fervor por la filosofía, especialmente por la filosofía platónica, que ya conoce aceptablemente. Duda todavía entre la teología y la filología, pero ciertamente acabará ganando la segunda. Sobre todo, se consagrará con alegría, bajo vuestra dirección, a la filosofía, que es adonde le conduce su inclinación na-tural»26.

Se sabe que llegó a Bonn en octubre, junto con Paul Deussen, que alquiló una habitación y un piano, y que efectivamente sus primeros pasos le encaminaron hacia la teología, pero que a partir del segundo semestre se decidió por la filología. En general, las noticias que tenemos de su estancia en Bonn vienen marcadas por dos rasgos mayores. En primer lugar, su soledad y un profundo disgusto. Tras un primer momento de euforia que le lleva a participar activamente en la vida social del estudiantado, sin olvidar detalle ninguno, como adherirse a la Burschenschaft Franconia, participar en los ritos de la cerveza o resultar herido en un duelo27, Nietzsche se retrae bruscamente, lamentando no haber sabido ser dueño de sí mismo y defender su soledad estudiosa y meditativa. A partir de ese momento, entrará en una fase melancólica que tan sólo la música y el estudio alivian algo.

En segundo lugar, hay que destacar que será durante este año de estancia en Bonn cuando, influenciado por un maestro excepcional, Friedrich Ritschl, Nietzsche decide abandonar sus estudios de teología y opta por la filología clásica, ocupación que no sólo reclamará todo su interés en los años venideros sino que también marcará profundamente su carácter y los modos de su trabajo filosófico.

10

No llevaba un año de estudios en Bonn cuando tuvo lugar la célebre anécdota del burdel de Colonia, que Thomas Mann recrearía magníficamente en su Doktor Faustus. Paul Deussen la cuenta así: «Un día fue Nietzsche a Colonia, en febrero de 1865. Tomó por guía a un mozo al que le pidió que le mostrara las principales curiosidades de la ciudad, y luego que le indicara un restaurante. Entonces, éste le condujo a una casa de mala fama. “De pronto, me contó Nietzsche al día siguiente, me encontré rodeado por una media docena de criaturas vestidas de gasa y lentejuelas, que me miraban ávidamente. En principio, quedé petrificado. Luego, instintivamente me dirigí hacia un piano que me pareció el único ser dotado de sentimientos en aquella sociedad, y toqué algunos acordes. Estos disiparon mi estupor y gané la calle”. Según este relato, y de acuerdo con lo que sé de Nietzsche, tiendo a pensar que pueden aplicársele las palabras que Steinhart nos dictaba en su biografía de Platón: mulierem numquam attingit»28.

Posiblemente sea éste uno de sus escasos deslices de los que quedó memoria, junto a la no menos célebre francachela en la estación de Kösen, dos años antes, con su condiscípulo Richter; borrachera que les costó comparecer ante la comisión disciplinaria de Pforta, y de la que Nietzsche se lamentaba a su madre, dos días después, en estos términos: «Cojo la pluma con el corazón abatido y profundamente irritado conmigo mismo, especialmente cuando rememoro lo bien que hemos estado juntos durante las vacaciones de pascua, sin ninguna estridencia. Así pues, el pasado domingo me he emborrachado y no tengo otra justificación más que no sé lo que puedo aguantar y que esa tarde estaba precisamente algo excitado. Cuando regresé, fui cogido en aquel estado por el maestro superior Cern, que este martes me ha hecho comparecer ante el sínodo, que me ha degradado al tercer puesto de mi jerarquía y me ha privado de una hora de salida dominical». Y concluye la carta de este modo: «Escríbeme cuanto antes y muy severamente, pues me lo merezco, y nadie sabe mejor que yo cuánto me lo merezco. No necesito asegurarte que a partir de ahora voy a intentar contenerme y moderarme con todas mis fuerzas, porque me va a resultar muy necesario. Estaba demasiado seguro y ahora me he visto privado de esa seguridad de una manera sumamente desagradable»29.

Las consecuencias del episodio de Colonia serán, sin embargo, más trascendentes que las de su pueril juerga de Pforta. Por un lado, la «parálisis progresiva» que le diagnosticaron en Basilea cuando su derrumbamiento mental, se ha supuesto que tendría su causa en una sífilis contraída, de creer en sus propias manifestaciones, por esas fechas, y mal curada; con lo que, de rechazo, las suposiciones de Deussen parecen ciertamente pecar de ingenuidad30. Y por otro lado, en este episodio estará la fuente de inspiración de uno de los más bellos parágrafos de Así habló Zaratustra, aquel cuyo estribillo canta «el desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!», y que lleva por título: «Entre hijas del desierto», en el último tramo del Libro IV. «Entonces [escribe allí] amaba yo a tales muchachas de Oriente y otros azules reinos celestiales, sobre los que no penden nubes ni pensamientos. No podréis creer de qué modo tan gracioso se estaban sentadas, cuando no bailaban, profundas, pero sin pensamientos, como pequeños misterios, como enigmas engalanados con cintas, como nueces de sobremesa — multicolores y extrañas, ¡en verdad! pero sin nubes: enigmas que se dejan adivinar; por amor a tales muchachas compuse yo entonces un salmo de sobremesa...»

11

En 1865, Nietzsche abandona Bonn y se inscribe en la Universidad de Leipzig, adonde acudirá siguiendo a su maestro Ritschl; cuyas lecciones seguirá hasta 1869. Acerca de este maestro singular Ch. Andler escribe: «Ofrecía el modelo de una verdadera cultura de humanista; y como a la más vasta erudición humanista unía un verbo brillante, una ironía mordiente, una elocución viva y figurativa, tenía todas las cualidades mefistofélicas y fáusticas precisas para sorprender, asustar y seducir a las jóvenes y ambiciosas inteligencias. Por la firmeza lógica y la desconfianza que nunca admite un hecho mal probado, Ritschl fue para todos el ejemplo vivo del método. Para Nietzsche, fue algo más. Nietzsche no sólo aprendió de Ritschl las “alegrías de la pequeña productividad”, esa necesidad de perfección en la minucia que es la única que da satisfacciones tan puras. Lo que Nietzsche descubrió gracias a él fue ante todo el arte de educar a la juventud, de transmitir correctamente el saber, de sacar un partido racional de los recursos de los que se dispone. Ritschl tuvo un robusto talento de organizador. En las Universidades por las que pasó, surgieron “seminarios” de griego y latín, maravillosos por la perfección con la que se aprendía. Para ser admitidos en ellos, era preciso presentar un trabajo personal como prueba de madurez. Pero, a los escasos elegidos, Ritschl les imponía el más rudo y estimulante entrenamiento».

Ritschl sentirá desde el principio una profunda simpatía y respeto por Nietzsche, y le desafiará continuamente con tareas filológicas más y más delicadas, según su particular método pedagógico. «Cuando adivino en un joven un talento que comienza a despuntar, lo llamo aparte. Le dirijo un discurso que no tiene nada de tierno, y concluyo: “Usted puede, luego usted debe”. Es raro que este sistema fracase»31. A su lado, Nietzsche aprenderá algo más que filología, aprenderá qué es ser un verdadero maestro, un educador.

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