viernes, 25 de enero de 2019

El Cerebro Invisible Mult

Carlos L. Delgado

Lectura

CÓMO LA MENTE Y LA CONCIENCIA SOBREVIVEN A LA MUERTE Una completa investigación sobre el cerebro y sus misterios. Los misterios del cerebro siempre han sido un tema de actualidad. Aunque la idea no es nueva, tiene antecedentes en creencias filosóficas y religiosas de la antigüedad, el autor acude a recientes descubrimientos en áreas como la informática y las ciencias de la computación, para esgrimir una teoría inquietante y novedosa: la posibilidad de que una personalidad humana pueda sobrevivir a la muerte del cerebro material.

I

Hace algunos años, Thomas Metzinger, filósofo de la Universidad de Maguncia, afirmaba en una entrevista publicada en Mente y Cerebro, titulada “La visión materialista de la neuroética”, que “Todo aquel que vaya con el progreso de la ciencia no puede continuar creyendo en una supervivencia personal después de la muerte”1.
Neurocientíficos muy conocidos como Eric Kandel, António Damásio y Rodolfo Llinás son de un parecer similar: si el cerebro muere, la mente, al ser un producto de la actividad cerebral, se desvanece para siempre.
A la luz de la teoría de la información y de las ciencias de la computación, esta afirmación amenazadora e irresponsable carece de fundamento. Si fuésemos capaces de extender los alcances del paradigma computacional más allá de sus propios límites, como lo vamos a hacer en este trabajo, llegaríamos a un veredicto totalmente contrario: la idea de una supervivencia personal después de la muerte es una consecuencia directa de los supuestos básicos de la teoría de la información y de las ciencias de la computación2. Corrijamos entonces para comenzar la afirmación de Metzinger. Podemos afirmar, creo yo y sin temor a equivocarnos, que la creencia en una supervivencia personal es perfectamente compatible con el progreso de la ciencia.
La idea de que una personalidad humana desaparece con la muerte se encuentra profundamente arraigada en el seno de la ciencia moderna. Un monumental error de interpretación hizo que las neurociencias confundieran información, programas informáticos y conciencia individualizada con la estructura física que las soporta. Este error dejó una huella imborrable representada en uno de los paradigmas modernos más contundentes: la conciencia es un producto de la actividad cerebral. Si el cerebro muere, la mente desaparece para siempre.
Afortunadamente, no todos los neurocientíficos fueron de este parecer. Charles Sherrington (1857-1952), premio Nobel de Medicina gracias al descubrimiento de la sinapsis (cómo las células nerviosas se conectan), y su famoso discípulo, el neurocirujano estadounidense Wilder Penfield (1891-1976) —a quien los estudiantes de Medicina le debemos el famoso homúnculo cerebral donde se encuentran representadas una gran parte de las funciones nerviosas—, abrazaron una idea diametralmente diferente: la de dos entidades separadas y distintas dentro del cráneo.
Luego de haber trabajado toda su vida estudiando los reflejos innatos en animales de laboratorio, Sherrington se apartó de la experimentación y dedicó sus últimos años a la reflexión filosófica de los problemas del cerebro y de la mente. En el prólogo a una nueva edición de su libro The Integrative Action of the Nervous System, escribió: “La opinión de que nuestro ser consista de dos elementos separados (mente y cerebro) no ofrecería una improbabilidad mucho mayor que si descansara en uno solo (cerebro)”3.

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