viernes, 25 de enero de 2019

Soledad

Anthony Storr

Lectura

En este aclamado libro, el psiquiatra Anthony Storr desafía el punto de vista generalmente defendido de que el éxito en las relaciones personales es la única llave para la felicidad y argumenta muy convincentemente que prestamos demasiado poca atención a algunas de las otras grandes satisfacciones de la vida, como por ejemplo el trabajo y la creatividad. Storr sostiene que lo que les sucede a los seres humanos cuando están solos es tan importante como lo que les pasa en sus relaciones con otras personas y explica cómo aproximadamente la tercera parte de la vida de cualquier persona transcurre en soledad y cómo a lo largo de la vida operan dos fuerzas contrapuestas: el instinto hacia la compañía, el amor y todo lo que nos acerca a nuestros iguales, y el instinto de estar aislados y ser independientes.

Mediante una serie de diestros bocetos biográficos, entre los cuales se encuentran los de Beethoven, Henry James, Goya, Wittgenstein, Kipling o Beatrix Potter, demuestra cuántos genios creativos de nuestra civilización han sido solitarios, ya sea por temperamento o por las circunstancias, y cómo la capacidad de estar solos, aun para aquellos que no son creativos, es una muestra de madurez.

I

El énfasis que se hace actualmente en las relaciones interpersonales íntimas como piedra de toque de la salud y la felicidad es un fenómeno relativamente reciente. Las generaciones anteriores no habrían estimado en tanto las relaciones humanas, quizá creyendo que la rutina cotidiana y el quehacer ordinario nos proporcionarían todo lo que necesitáramos; o quizá estaban demasiado preocupadas simplemente por subsistir y ganarse la vida como para tener tiempo que dedicar a las sutilezas de las relaciones personales. Algunos psicoanalistas, como Emest Gellner, sugieren que nuestra preocupación y ansiedad actuales por las relaciones humanas han sustituido a las antiguas inquietudes por la impredecibilidad y precariedad de la naturaleza. Sostiene que, en las opulentas sociedades actuales, la mayoría de nosotros está protegido contra las enfermedades, la pobreza, el hambre y las catástrofes naturales hasta un límite inimaginable para las generaciones anteriores. Pero las sociedades industriales modernas son inestables y están estructuradas débilmente. El incremento de la movilidad social ha socavado los pilares de la sociedad. Como tenemos más margen de elección acerca de dónde vivimos, a qué grupo social nos unimos y qué queremos hacer de nuestras vidas, nuestras relaciones con las personas que forman parte de nuestro entorno han dejado de estar definidas por las reglas de la edad y, por consiguiente, se han convertido en objeto de preocupación y ansiedad crecientes. Como señala Gellner, «ahora, nuestro entorno está constituido básicamente por las relaciones con los demás»[1].
Gellner llega a afirmar que la esfera de las relaciones personales se ha convertido en «el objeto de nuestra preocupación más angustiosa». Nuestras inquietudes en este terreno están mezcladas con el declive de las creencias religiosas. La religión no sólo proporcionaba reglas de conducta respecto a las relaciones personales, sino que también ofrecía una alternativa más estable y predecible. Las relaciones con el cónyuge, los hijos o los vecinos podían ser difíciles, insatisfactorias o frágiles, pero no podía decirse lo mismo de las relaciones con Dios mientras uno siguiera creyendo en él.
Aunque estoy muy lejos de coincidir con todo lo que dice Gellner en su libro sobre el psicoanálisis, creo que está en lo cierto cuando afirma que el psicoanálisis promete una forma de salvación; y que este tipo de salvación debe alcanzarse liberando al individuo de los bloqueos emocionales o puntos ciegos que le impiden establecer relaciones personales satisfactorias. Gellner también acierta al creer que el psicoanálisis ha ejercido una influencia tan amplia que se ha convertido en el lenguaje dominante para analizar la personalidad humana y las relaciones personales, incluso entre aquellos que no suscriben todas sus doctrinas.
El psicoanálisis ha cambiado considerablemente en el transcurso del siglo XX. La transformación principal está dada por el mayor énfasis sobre la relación del paciente con el psicoanalista. El psicoanálisis insiste ahora en que el análisis del fenómeno de transferencia, es decir de la actitud y respuesta emocional del paciente hacia el psicoanalista, es el rasgo esencial de la terapia psicoanalítica. De hecho, el reconocimiento de la importancia del fenómeno de transferencia ha sido un factor principal para crear un territorio común entre escuelas psicoterapéuticas como las de Freud y Jung, que en otros terrenos teóricos continúan siendo todavía polos opuestos. Aunque en los últimos años se ha cuestionado mucho el valor del psicoanálisis como método de curación efectivo de los síntomas neuróticos, la influencia de los conceptos derivados del psicoanálisis es muy persistente. Por ejemplo, en la mayoría de las variedades de trabajo social, la capacidad del usuario para establecer relaciones humanas se considera una parte vital de la práctica asistencial; y a menudo se intenta mejorar esta destreza sirviéndose de la relación del usuario con el trabajador social.
En los primeros tiempos del psicoanálisis no se hacía tanto énfasis en el análisis de la transferencia como en la reconstrucción de la trayectoria del desarrollo psicosexual del paciente. Se consideraba al paciente básicamente como un individuo aislado, y su actitud emocional hacia el analista se consideraba secundaria, o incluso un obstáculo para la investigación psicoanalítica. Cuando Freud empezó su investigación sobre los orígenes de la neurosis en las dos últimas décadas del siglo XIX siempre encontró perturbaciones en la vida sexual de sus pacientes. El edificio del psicoanálisis acabó descansando sobre los cimientos del modelo teórico de desarrollo sexual desde la infancia en adelante que Freud postuló como consecuencia de sus investigaciones.
Según Freud, los diferentes tipos de neurosis estaban relacionados con la imposibilidad del paciente de superar las primeras etapas del desarrollo sexual debido a las fijaciones en la etapa «oral», «anal» o «fálica», que impedían avanzar hacia la «genitalidad», que es como denominaba Freud a la etapa de madurez sexual. Freud creía que la vida mental se guiaba en su origen por el «principio del placer»; es decir, por la necesidad de evitar el dolor y obtener placer. También creía que el sistema nervioso y, por tanto, la estructura mental al completo, tenía como función reducir el nivel de intensidad de los impulsos instintivos que llegaban a él para hallar el modo de expresarlos y, por consiguiente, de descargarlos. La idea de salud y felicidad mental se vinculó a la existencia, o consecución, de la satisfacción sexual.
Se admitió de un modo amplio y generalizado que si una persona estaba sana y era feliz era porque debía de disfrutar de una vida sexual satisfactoria; y, a la inversa, que si una persona era neurótica o infeliz era porque debía de haber una perturbación en su capacidad de encontrar satisfacción sexual. En la época de Freud, el énfasis principal residía en la satisfacción instintiva; es decir, en la capacidad para el orgasmo. Tácitamente, se suponía que si una pareja era capaz de proporcionarse satisfacción mutua en este sentido, las demás facetas de su relación estaban aseguradas. El sexo era la piedra de toque mediante la cual podía evaluarse la totalidad de la relación. Si un paciente conseguía superar los bloqueos que habían originado fijaciones en sus etapas de inmadurez del desarrollo sexual y alcanzar la etapa genital, entonces no habría ningún obstáculo para el establecimiento de relaciones con los demás en términos equitativa y mutuamente satisfactorios.

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