jueves, 13 de junio de 2019

Libro El Hombre Neuronal

Jean Pierre Changeux

Infolector

EL HOMBRE NEURONAL nació en 1979 de una conversación con Jacques Alain Miller y sus colegas de la revista Ornicar?, que mientras tanto se ha convertido en l'Áne. Este diálogo sin ton ni son entre psicoanalistas y neurobiólogos tuvo la virtud de demos¬trar, contra todo lo esperado, que los protagonistas podían ha¬blarse, e incluso entenderse. Con frecuencia se olvida que Freud era neurólogo de profesión 1 pero, después de su Esbozo de una psi¬cología científica de 1895, los múltiples avatares del psicoanálisis provocaron un corte entre éste y sus bases propiamente biológicas. La reanudación de ese diálogo con las ciencias «duras» ¿es el signo de una evolución de las ideas, de un retorno a las fuentes, o in¬cluso, por qué no, de un nuevo comienzo?

Otro signo positivo de este encuentro: permitió medir la distan¬cia que queda por recorrer para que esos cambios de impresiones lleguen a ser constructivos y surja por fin una síntesis. ¿Ha llegado tal vez el momento de reescribir el Esbozo, de poner los funda¬mentos de una biología moderna del espíritu? 2 No es ésta, desde luego, la pretensión de este libro, cuyo propósito es más limitado: informar y, si es posible, interesar al lector respecto a las ciencias del sistema nervioso. En este terreno, los conocimientos han expe-rimentado a lo largo de los últimos veinte años una expansión que sólo es comparable, por su importancia, a la que alcanzó la física a principios de este siglo, o a la de la biología molecular en torno a los años cincuenta. El descubrimiento de la sinapsis y sus funciones recuerda, por la amplitud de sus consecuencias, la del átomo o la del ácido desoxirribonucleico. Un nuevo mundo cobra forma y parece que es el momento oportuno para abrir ese campo del saber a un público más amplio que el de los especialistas y, si es posible, hacerle compartir el entusiasmo que anima a los investigadores de esta materia. Después de la entrevista de Ornicar?, sentí la necesi¬dad de reunir hechos y documentos recientes que dieran prueba de este movimiento. No se trataba, por supuesto, de presentar un cuadro exhaustivo de las investigaciones contemporáneas sobre el sistema nervioso3: hubo que escoger. Sin duda se me reprochará cierta parcialidad en esa elección. Lo acepto. La experiencia de varios años de enseñanza en el College de France me ha conven¬cido de que no se puede establecer un intercambio fructífero con el público si no es basándose en un reducido número de ideas sen¬cillas y sólidas. Interprétese, pues, mi parcialidad como una preocu¬pación de didactismo.

Las ciencias del hombre están de moda. Se habla y se escribe mucho, ya sea en el campo de la psicología, de la lingüística o de la sociología. El estancamiento sobre el tema del cerebro, con algunas excepciones4, es total. No es por azar. Lo que está en juego es de-masiado importante para ello. Esta negligencia deliberada es, sin embargo, relativamente reciente. ¿Se trata de prudencia? ¿Se teme, acaso, que las tentativas de explicación biológica del psi-quismo o de la actividad mental caigan en las trampas de un esque¬matismo simplista? En tal caso se prefiere desarraigar las ciencias humanas de su mantillo biológico. Consecuencia sorprendente: dis¬ciplinas en un principio «psicalistas», como el psicoanálisis, han acabado por defender, en el terreno práctico, el punto de vista de una autonomía casi completa del psiquismo, volviendo, a pesar suyo, a la tradicional separación de alma y cuerpo.

El desarrollo de las investigaciones sobre el sistema nervioso ha tropezado siempre, a lo largo de la historia, con violentos obstáculos ideológicos, con miedos viscerales, tanto a derecha como a izquierda. Toda investigación que, directa o indirectamente, se re¬lacione con la inmaterialidad del alma pone la fe en peligro y está destinada a la hoguera. Se teme también el impacto, en el terreno social, de los descubrimientos de la biología que, usurpados por al¬gunos, pueden convertirse en armas opresoras. En estas condi¬ciones, parece más prudente cortar los nexos profundos que unen lo social a lo cerebral. En vez de abordar el problema de frente, se prefiere, una vez más, ocultar ese peligroso órgano. ¡Descere-bremos, pues, lo social!

Por último, las buenas páginas del departamento de «Ciencias humanas» hacen vibrar, en general, la cuerda personal: aquí el compromiso político, allí la vida sexual o la educación de los hijos. La investigación de los mecanismos «internos» que están íntima-mente vinculados con todo ello interesa mucho menos. No desem¬boca en breve plazo en ningún código de buena conducta, no revela el secreto de la felicidad, no permite prever el futuro5.

Observadas desde otro planeta, las conductas humanas parece¬rían muy sorprendentes. El hombre es una de las raras especies ani¬males que mata a sus semejantes de manera deliberada. Mejor dicho, por un lado condena el crimen individual, por otro conde¬cora a los responsables de homicidios colectivos o a los inventores de atroces máquinas de guerra. Ese absurdo loco le persigue a lo largo de su historia desde la invención del hacha de piedra tallada hasta la puesta a punto de las bombas termonucleares. Ha resistido todas las religiones y todas las filosofías, hasta las más generosas. Como subraya A. Koestler (1967), está sólidamente incrustado en la organización del cerebro del hombre. Pero el hombre también ha pintado la Capilla Sixtina, ha compuesto La consagración de la primavera, ha descubierto el átomo. «¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué motivo de contradicción, qué prodigio 6!» ¿Qué tiene, pues, en la cabeza, ese Homo que se atribuye sin vergüenza el epíteto de sapiens?

París, 22 de noviembre de 1982.

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