jueves, 13 de junio de 2019

Libro: Pasaje al Futuro

Guía para abordar el viaje al mañana
  • Santiago Bilinkis*

Infolector

El shock del futuro
Si sentís que estás viviendo en una película que se mueve en cámara rápida y te resulta un desafío permanente mantenerte al día, no estás solo en esa sensación. Vivimos en un mundo que nos sepulta de información. De acuerdo con Eric Schmidt, presidente del directorio de Google, si reuniéramos todo el conocimiento generado desde el inicio de la civilización humana hasta el año 2003 tendríamos 6 exabytes de datos. Actualmente, generamos ese mismo volumen de información cada… dos días. Según un informe reciente de IBM, el 90 por ciento de toda la información existente en el mundo fue creada en los últimos dos años.
En el minuto que te tomó leer el párrafo anterior, se subieron más de 100 nuevas horas de video a Youtube, se cargaron algo menos de un millón de tweets, se compartieron en Facebook varios millones de posts, se mandaron decenas de millones de Whatsapps y cientos de millones de correos electrónicos.
En apenas treinta años pasamos del enorme desafío de encontrar información relevante, porque el acceso era escaso y difícil, al enorme desafío de encontrar información relevante, porque el volumen de datos disponible es tan grande que se hace casi imposible hallar lo que buscamos.
En muchos sentidos, el presente se nos presenta como una carrera imposible de ganar. Los esfuerzos que hacemos para mantenernos actualizados apenas alcanzan para no quedar demasiado detrás de los acontecimientos.
Si, por ejemplo, estudiaste medicina, durante el transcurso de tu carrera debés haber leído varios miles de páginas para aprender lo necesario para ejercer la profesión. Pero obtener el título es sólo el comienzo: actualmente se publica un número de papers tal que para estar al tanto de todo el conocimiento que se genera tendrías que volver a cursar el equivalente a una carrera completa cada unos pocos días.
Nuestro cerebro, prodigioso resultado de miles de años de evolución en un mundo infinitamente más simple, empieza a verse desbordado por el desafío de lidiar con un contexto tan diferente a aquel para el cual fue “moldeado”. El resultado de tanto exceso de estimulación es una caída notable en nuestra capacidad de concentración.
En un intento por lidiar con la pérdida de foco de nuestras mentes, empezamos a consumir información en dosis más y más pequeñas: hablamos en 140 caracteres, comprimimos nuestras conferencias a 18 minutos, reemplazamos la comunicación verbal por las diversas formas de mensajes breves escritos (SMS, Whatsapp, etcétera).
Esta sensación de dificultad para lidiar con un mundo que cambia demasiado velozmente fue descripta por primera vez por Alvin Toffler, quien la llamó “shock del futuro”. Toffler definió este fenómeno como “el estrés despedazador y la desorientación que se genera en las personas cuando se ven enfrentadas a demasiado cambio demasiado rápido”. Consideraba al “shock del futuro” no como un potencial riesgo distante sino como una enfermedad real, sufrida por un gran número de gente.
Lo curioso, desde nuestra perspectiva actual, es que Toffler acuñó el concepto en un artículo escrito en 1965. En ese momento vivía en el planeta menos de la mitad de la gente que hoy, una fracción pequeña de la población mundial tenía televisión y teléfono fijo y, obviamente, no existía la telefonía celular ni internet. Cuesta pensar hoy qué sería lo que generaba “shock del futuro” en ese mundo que ahora se nos presenta como sumamente lento.
Otro modo de advertir el contraste de velocidad y nivel de estímulo es mirar hoy una serie de televisión de la década del 70. Si vemos un episodio de CHiPs, resulta difícil creer qué poco sucede durante la hora que dura cada capítulo. Una serie actual, Dr. House por ejemplo, desarrolla en el mismo período de tiempo la historia de tres pacientes en paralelo, más algún tema del vínculo de los médicos entre sí, saltando permanentemente de una historia a otra para evitar que nuestro cerebro se aburra de estar enfocado en lo mismo por más de tres minutos.
La sobreabundancia de estímulo e información no es el único desafío que enfrentamos: también debemos lidiar con el cambio tecnológico y la asimilación de nuevos dispositivos. Si estás leyendo este texto en un libro impreso en papel, te propongo que en este momento te tomes un momento para sentir la textura de la tapa, sentir el olor de las hojas, mirar las pequeñas imperfecciones de la tinta sobre el papel. En relativamente poco tiempo, estas vivencias que te resultan tan familiares, seguramente formarán parte del baúl de los recuerdos, junto a los discos de pasta y las cintas de VHS.
Desprendernos de los objetos que queremos nos llena de nostalgia y acomodarnos a los nuevos nos produce incomodidad. Para quienes pasamos toda la vida leyendo libros impresos, un e-reader es un objeto ajeno, inadecuado, carente de asociaciones con nuestra historia.
Antes de poder completar el duelo por esa pérdida, cambios en numerosos otros frentes distraen nuestra atención: necesitamos aprender a vincularnos con los demás en la era de las redes sociales, lidiar con las brechas generacionales en casa y en el trabajo, asimilar todas las transformaciones que la tecnología introduce en cada ámbito de nuestras vidas.
Esos cambios que en el presente nos incomodan abren puertas a un futuro asombroso. En el ejemplo del e-reader, el premio por dejar atrás la nostalgia y enfrentar la incomodidad es acceder a nuevas posibilidades: la lectura en formato digital incorpora opciones inimaginables hasta hace poco. La lectura colaborativa, el subrayado colectivo, la indelebilidad de nuestras notas, la posibilidad de buscar rápidamente en los contenidos y el hecho de que un libro nunca pueda estar agotado y se pueda tener en apenas un segundo, incorporan nuevas aristas que potencian notablemente la experiencia de leer.
Aun cuando ese premio no generara motivación suficiente para hacer el cambio, en un tiempo no muy lejano será difícil acceder a nuevos contenidos si quedamos anclados a la tecnología del pasado. Así como un amante de los discos de pasta puede seguir coleccionando música vieja pero no acceder a la música nueva, quedar atados al libro en papel limitará notablemente las opciones de lectura en algunos años.
“Es difícil hacer predicciones, especialmente acerca del futuro”, dijo alguna vez Niels Bohr (o Yogi Berra). No obstante, me atrevo a hacer aquí dos predicciones genéricas que el libro después se encargará de desarrollar.
La primera es que el ritmo de cambio acelerado al que estamos expuestos hoy va a acelerarse mucho más aún. Igual que nos sucede hoy respecto de 1965, en retrospectiva, la velocidad a la que suceden las cosas hoy nos parecerá calma.
La segunda es que, con el avance de disciplinas como la biología artificial, la neurociencia y la medicina regenerativa, los cambios que se avecinan serán mucho más profundos y radicales que reemplazar un libro en papel por un e-reader o aprender a lidiar con la interrupción y la híper estimulación permanente.
Estar a la altura de ese futuro resultará desafiante, pero la recompensa para quienes lo consigan será grande. Buena parte de nuestro éxito y satisfacción futura radica en entender la dinámica de los cambios para tomar hoy las decisiones que moldeen nuestro mañana. ¿Qué tipo de educación darle a nuestros hijos? ¿Qué carrera universitaria escoger? ¿Tendrá sentido en realidad escoger una carrera universitaria? ¿De qué trabajar? ¿Cómo prepararnos y preparar a nuestras organizaciones para el mundo que viene?
Muchas profesiones que fueron comunes hace tiempo hoy ya no existen. Recordemos la tradicional canción infantil “La farolera tropezó”. ¿Con qué tropezó? No con un escalón sino con el reemplazo de los faroles de kerosén por los eléctricos. La “farolera” era la encargada de encender la llama del alumbrado público al caer la noche, tarea que perdió todo sentido en la actualidad.
Más cerca en el tiempo, los lectores mayores de 30 años recordarán al ascensorista, la persona que se ocupaba de conducir elevadores hasta el piso solicitado. En épocas en que los ascensores no se detenían automáticamente, detenerlo a la altura exacta del piso requería bastante pericia. Avances mecánicos y electrónicos quitaron todo sentido a ese oficio. ¡Los invito a que prueben decirle a un chico de 10 años que hace un tiempo había gente que manejaba los ascensores!
Estas historias parecen hoy simpáticas porque ni nosotros ni nuestros seres queridos nos dedicamos a estos oficios. Pero este fenómeno recién está empezando y sus efectos difícilmente nos excluyan. Hoy en día muchas personas se forman y preparan para oficios y profesiones que pronto dejarán de existir. Parte de la población, por ejemplo, trabaja conduciendo taxis, colectivos, ómnibus de larga distancia o camiones. Como discutiremos más adelante, al observar el avance que están experimentando los prototipos de autos autónomos es esperable que en algunos años esos oficios empiecen a desaparecer.
Ante 

tanto cambio, también las brechas generacionales se vuelven más abruptas que nunca. ¿Cómo comunicarnos con nuestros hijos en este contexto? Las dificultades no se presentan sólo en el plano individual. También se generan importantes desafíos para nuestra sociedad. ¿Cómo cambiamos la educación para dejar de educar en el siglo XXI igual que lo hacíamos en el XIX? Prepararnos para el mañana empieza por conocer y entender, aun de manera no técnica, los cambios científicos y tecnológicos que están ocurriendo hoy. No hace falta mirar lejos para apreciar el impacto inminente que traerán a nuestra vida.

En la primera parte de este libro intento brindar al lector información y herramientas para entender mejor el presente e imaginar el futuro. Pero entender es sólo el inicio. Además necesitamos desarrollar nuestras habilidades y actitudes hacia el cambio. De ello dependerá que podamos tomar hoy las decisiones correctas que nos conduzcan a un mañana deseable. De eso tratará la segunda y última parte.

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