sábado, 23 de marzo de 2019

El nombre de los árboles

Vincent Karche

[Extracto de 'La Sabiduría De Los Arboles']

Los nombres de los árboles contienen en general la indicación de una característica que permite identificarlos claramente. Por ejemplo, el nombre del abeto blanco, Abies alba, nos recuerda que su corteza es de un blanco-gris claro, mientras que el de la pícea común, Picea abies, evoca sus espinas más puntiagudas y su vago parecido con un 

abeto (Abies). A las píceas, en Quebec, las llaman épinettes. 
El roble pedúnculo, Quercus robur, nos cuenta que sus bellotas están pegadas a las ramas por un largo tallo llamado pedúnculo y su nombre científico evoca su robustez (robur). En América del Norte, el roble rojo, Quercus rubra, hace brillar el color resplandeciente de su follaje en su nombre (rojo, rubra). 
El arce platanoide, Acer platanoides, nos recuerda que sus hojas se parecen a las del plátano, mientras que el arce azucarero, Acer saccharum, es toda una promesa para nuestras papilas gustativas. 
Subrayemos, no obstante, que todo esto es bastante relativo. Los amerindios llamaban algodón o michtan al arce azucarero. 

El abeto, árbol de la sombra

Poca gente lo sabe, pero el abeto posee una característica muy específica. Es la encarnación del árbol de la sombra. En jerga forestal, se dice que es escafilo. Esto significa que no le gusta una exposición a la luz demasiado rápida. Necesita tiempo, mucho tiempo. Necesita sentirse protegido durante un largo período por las generaciones que le preceden, necesita crear una gruesa raíz vertical primaria, que se ancla en lo más profundo de la tierra, mucho antes de levantar su copa hacia la luz. 
La naturaleza le ofrece estas condiciones y el guarda forestal deberá entenderlas e inspirarse en ellas para regenerar una población de abetos, llevando a cabo talas de forma respetuosa y suave. Todo un arte. Ya que para el abeto una poda rasa o un desmoche a cielo abierto son aún más catastróficos que para el resto de los árboles. 
En el bosque patrimonial de Dabo experimenté esta dosificación mesurada de la tala de los abetos gracias a un excelente equipo formado por el técnico forestal y algunos guardas y leñadores expertos de aquella región, en el transcurso de una marca. Esta operación consiste en marcar con un martillo los árboles que debían ser cortados durante el otoño o el invierno siguientes. 
Muy rápidamente, en el curso de la marca, mi puño encontró el gesto exacto, que consiste en marcar dos medallones ovalados en el tronco del abeto con la peña del martillo, uno a la altura del corazón humano y el otro en la base. Estas dos marcas permiten después verificar si se han abatido los árboles correctos. A continuación, se da un golpe certero con el mango de la herramienta para incrustar en el árbol el sello oficial del Estado.

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