domingo, 24 de marzo de 2019

Los visitantes de Nazca

Jacques Bergier

Categoría: Ufología

[Extracto del libro 'Los Extraterrestres En La Historia']

Las gigantescas figuras trazadas sobre el suelo de la meseta de Nasca, en el Perú, sólo fueron descubiertas en 1947 por Kosok y Reiche, que sobrevolaron el país en avión. En efecto, sólo son visibles desde la altura y es posible que fueran trabajadas desde un vehículo aéreo o espacial. Han sido muy detenidamente estudiadas por la arqueólogo alemana María Reiche, que les consagró un libro. La meseta de Nasca tiene alrededor de 70 km de largo por dos de ancho. Está cubierto de pequeños guijarros de sílice y de hierro, revestidos de una negra pátina. Ahora bien: estos guijarros fueron, no se sabe hace cuántos milenios, colocados para formar un complejo trazado, perfectamente visible desde lo alto y de observación imposible desde el suelo. El trazado comprende líneas rectas y espacios de gran superficie en forma de trapecio, lo que le asemeja bastante a uno de nuestros actuales aeródromos visto desde el avión. Pero también se advierten allí espiras gigantes, análogas a lo que los telescopios nos permiten ver de las nebulosas espiraladas. También hallamos figuras de gran tamaño representando a seres no humanos, dioses o seres extraterrestres: que cada uno escoja. No podemos imaginar cómo, trabajando en el suelo, pudieron ser realizadas tales figuras, de tan bellas y perfectas proporciones. Por el contrario, si el trabajo fue dirigido desde lo alto, desde un artefacto volante inmovilizado en un punto fijo en el espacio, no debió haber problema alguno. Pero es poco probable que los arqueólogos acepten sin discusión esta hipótesis. Los estudios sobre la meseta de Nasca continúan. Han sido observadas, por ejemplo, a partir de un cuadrado central de tres metros de lado, veintitrés rectas de ciento ochenta y dos metros de largo. Se ha podido comprobar que dos de estas líneas están orientadas hacia un punto del cielo que corresponde al solsticio, y una hacia otro correspondiente al equinoccio. No se ha encontrado hasta ahora explicación para las veinte restantes. Acaso se trate de una calculadora parecida a la de Stonehenge, pero, en todo caso, falta probarlo. El conjunto sugiere la idea de un cosmódromo, lugar sagrado de homenaje, al propio tiempo, para visitantes llegados desde el espacio y cuya representación formaría parte de la construcción del cosmódromo. Ciertos seres en posesión de grandes medios técnicos hubiesen podido desplazar esos guijarros con la ayuda de máquinas adecuadas. Los guijarros fueron, luego, reunidos todos y, al parecer, considerados como sagrados, puesto que jamás fueron removidos durante miles de años. Las figuras no humanas que los habitantes del país no podían ver, puesto que no disponían de vehículos aéreos, influyeron no obstante en su arte y puede vérselas representadas en la alfarería. Pero no existe razón de peso alguna para creer que la cultura corrientemente conocida como cultura de Nasca, y que se sitúa entre 300 años antes de J. C. y 400 después de J. C., tenga nada que ver con los trazados de Nasca. Con el mismo fundamento podría aducirse que fue Guillermo el Conquistador quien levantó Stonehenge. Los misterios del Perú son demasiado numerosos para que pueda saberse con exactitud a cuál de ellos debe ser atribuido el trazado de Nasca.

Según las leyendas peruanas, el semidiós Manco Capac, fundador del Imperio, llegó desde el interior de la Tierra a través de lo que el relato llama «la espléndida apertura». Existirían otras dos, que conducirían a otros mundos situados en el interior de la Tierra. Estas puertas estarían situadas en una colina llamada Tampu Tocco, a 25 km al sudeste de Cuzco. Huelga decir que tales puertas jamás han sido halladas y que un terror supersticioso se opone a su búsqueda. Manco Capac, según continúa la leyenda, debió de ser convertido en piedra y preservado por la eternidad. Su cuerpo petrificado no se halló jamás, pero los españoles, en tiempos de los conquistadores, pudieron ver las momias de diez emperadores que lo sucedieron. No es demasiado fácil fijarle una fecha a Manco Capac, pero no da la impresión de ser relativamente reciente en relación con los desconocidos seres que levantaron sobre la meseta de Marcahuasi la civilización que ha descubierto y estudiado mi amigo Daniel Ruzo. Esta civilización se remonta, por lo menos, a 10000 años antes de Jesucristo si no a más. Esta civilización, la antigua del mundo, ha dejado extraños monumentos labrados en la roca utilizando una técnica que permite que las imágenes cambien según la estación. Así, por ejemplo, un personaje que aparece en invierno como un anciano, se convierte en verano en un gallardo joven. Aquí se origina, muy probablemente, el mito solar de la muerte y la resurrección que encontramos en tantas religiones. Entre unos 12000 años antes de Jesucristo, época sin duda de la civilización de Marcahuasi, y 3500 antes de Jesucristo, época en que puede verosímilmente colocarse a Manco Capac, puede situarse lo que sea y soñar lo que uno quiera, en particular, sobre la construcción de los trazados de Nasca. Se discute ásperamente sobre la localización en el tiempo de las fantásticas ruinas de Tiahuánaco y sobre su posible relación con Nasca. Posnanski les atribuye una edad fantástica: anterior a la emergencia del continente sudamericano. Otras leyendas locales nos explican que Tiahuánaco fue alzado antes de que hubiera estrellas en el firmamento. Algunos fanáticos hacen de Tiahuánaco el centro de un Imperio megalítico desaparecido, y acaso tengan razón. Los gigantescos megalitos de Tiahuánaco se encuentran a una altitud de cuatro mil metros, en una región lunar, glacial, casi desprovista de vegetación. Resulta sumamente desconcertante hallar en un sitio tan inhóspito las huellas de una poderosa civilización. Las estructuras de Tiahuánaco, en número de cuatro, tienen cada una la dimensión de cuatrocientos cincuenta por mil metros. Se encuentran allí pirámides, columnas, y la famosa «puerta del sol», que tiene una altura de tres metros y un ancho de tres metros setenta y cinco, y que fue tallada en un solo bloque de andesita, con un peso de diez toneladas. La puerta del sol muestra inscripciones en las que se ha creído descubrir un calendario venusino, astronaves y seres extraterrestres. Desde luego, estas interpretaciones son objeto de discusión. Ha sido encontrada asimismo en Tiahuanaco una estatua que representa a un ser humano con un aire asaz inquietante, de piedra roja, de siete metros de altura, y de un metro cinco a un metro veintisiete de grueso. Ha llegado a decirse (cf. las obras de Denis Saurat L'Atlantide et le règne des géants y La réligion des géants) que esta estatua representaba un gigante en su tamaño natural. ¿Quién sabe? En todo caso, tanto en el Perú como en el Próximo Oriente, ha ocurrido algo muy singular. Los arqueólogos serios sitúan la construcción de Tiahuánaco

entre 1000 y 1300 años después de Jesucristo. Sus argumentos no son mejores ni peores que los de los arqueólogos románticos: de hecho, los clásicos reaccionan de forma enérgica contra los excesos de los románticos, que, evidentemente, exageran un poco. Según la Historia clásica, los emperadores incas se suceden en la forma siguiente: Manco Capac, hasta 1105: Sinchi Roca, 1105-1140; Lloque Yupanqui, 1140-1195; Mayta Capac, 1195-1230; Capac Yupanqui, 12301250; Inca Roca. 1250-1315; Yahuar Huaccac, 1315-1347; Inca Viracocha. 1347-1400; Pachacuti, 1400-1448; Tupac Yupanqui. 1448-1482, Huayana Capac, 1482-1529; Atahualpa y Huáscar. 1529-1533.

Obsérvese, a propósito de esta cronología, que Manco Capac no figura en ella como un personaje histórico corriente: aparece como llegado de fuera y no resulta situable en el tiempo.

Según los historiadores clásicos, se trata de uno —o quizá de varios— de esos emperadores que habrían fundado Tiahuánaco. Sobre esto, huelga decirlo, no aportan prueba alguna. Los incas, para transmitir sus informaciones, no utilizaban la escritura, sino los llamados quipus, remates de cuerdas con diversos nudos y colores. Los españoles no encontraron jamás a nadie que quisiera leerles los quipos, y los que han llegado hasta nosotros continúan siendo indescifrables. Pero debe decirse que las pruebas que conceden a Tiahuánaco una antigüedad de 250000 años no son más convincentes. Entre ambos extremos, se encuentran los historiadores y divulgadores que conservan su sangre fría. Así L. y C. Sprague de Camp, que escriben lo siguiente en Énigmes de l'archéologie:

¿Qué sabemos, en realidad, del desaparecido Imperio de Tiahuanaco? Le conocemos dos etapas culturales. La primera, más primitiva, Tiahuánaco I, aparece antes de la Era cristiana. La otra, Tiahuánaco II, civilización imperial, surge entre los años 500 y 1000, extiende sus dominios durante varios siglos y entra en decadencia antes de la llegada de los incas. Cuando los incas se apoderan de las regiones que rodean el lago Titicaca, encuentran a Tiahuanaco abandonada ya. Por lo menos, es esto lo que explican a los cronistas españoles. Los pobladores de la región son los indios aymarás, gente austera, silenciosa, que aún cultivan la batata y crían llamas en las altiplanicies, bajo un sol abrasador, de noches glaciales y batidas por los vientos. Las leyendas recogidas por los cronistas aparecen llenas de referencias continuas al imperio de Tiahuánaco. Se cita en ellas a los »Reyes de Vilcas, Huaitara y Tiahuánaco». Puede darse el caso de que ciertas leyendas de Manco Capac y del imperio preinca de los amautas estén ligadas con acontecimientos reales de la Historia de Tiahuánaco. Pero, ¿cómo? No podemos saberlo. En todo caso, es permisible, aun compartiendo este punto de vista, soñar un poco e imaginar que, tanto en el Próximo Oriente como en el Perú, las Inteligencias han efectuado algún control. Y este control ha consistido, sin lugar a dudas, en un envío de informaciones por parte de las Inteligencias a la Humanidad. De ahí los distintos y extraños fenómenos observados tanto en Palestina como en el Perú. Entre ellos, he escogido los de Nasca porque se trata, con toda evidencia, de una señal dirigida al espacio y puede que incluso de una construcción efectuada desde el ciclo. Esto es menos evidente en el caso de otras maravillas que ya hemos mencionado o en el de la inmensa fortaleza megalítica de Sacsahuamán. Esta última es, no obstante, extraordinaria. Se trata de enormes bloques de ocho metros por cuatro de ancho y cuatro metros seis de alto, que pesan doscientas toneladas. Fueron ajustados con tal precisión —y sin ayuda de mortero— que resulta imposible deslizar entre ellos la hoja de un cuchillo. A pesar de todos los racionalismos, uno se inclina a creer en una tecnología llegada del exterior o procedente de una civilización superior. En todo caso, esta tecnología perteneció a un nivel muy superior a la de los incas, que no conocieron ni el arco de bóveda ni la rueda. Como en el caso de las figuras de Nasca, si bien en grado menor, nos encontramos aquí con una técnica muy superior a la técnica local e incluso muy superior a lo que será la técnica local un siglo o un milenio más tarde. Es lícito preguntarse si esta misma superioridad aparece en la cirugía. Los peruanos preincaicos conocían una cirugía prodigiosamente avanzada, más desarrollada que en cualquier otro de los pueblos antiguos. Utilizaban el fórceps y el torniquete, así como los anestésicos a base de coca. Curaban las incisiones quirúrgicas con gasa y algodón hidrófilo. Entre las operaciones que practicaban, el historiador de la medicina R. L. Moodie cita la amputación, las incisiones, la trepanación, el trasplante de huesos, las cauterizaciones y «otros medios menos evidentes». Operaciones de este género se ven representadas con precisión en la cerámica preincaica y precolombina. Poseemos indicios sobre la utilización del hipnotismo como anestésico antes de una operación. Todo esto es tan diferente de cuanto conocemos de los otros primitivos, que es forzoso hacerse ciertas preguntas. Aún hoy existe en Bolivia una casta de sacerdotes médicos que poseen los antiguos secretos. Se les llama Collahu Aya. Por desgracia, son impenetrables. Viajan por toda América del Sur curando a los enfermos y llevan consigo, en cajitas, medicamentos que no han podido ser Identificados. También en este caso debe tratarse de una supervivencia. En cuanto a los visitantes de Nasca, que debieron de ser los primeros en llegar, dejaron rastros que vemos aparecer en gran número de culturas peruana» diferentes entre sí y en distintas épocas. Por mi parte, considero que la de Nasca es anterior a cualquier otra civilización peruana y que la llegada de los visitantes se sitúa, lo mas tarde, en los años 15.000 antes de nuestra Era, o acaso antes. Las hipótesis más fantásticas inducen, sin duda, a preguntas más fantásticas aún. ¿Por qué motivos escogieron las Inteligencias Palestina y el Perú para efectuar sus intervenciones? Confieso que es de todo punto imposible contestar, por el momento, a esta pregunta. Acaso, algún día, métodos muy perfeccionado» en el estudio de la Geofísica nos permitirán fijar la historia de los cinturones de irradiación que rodean a la Tierra, y saber si tales cinturones presentan algún hueco en determinados períodos aún recientes. En la actualidad, existen estos huecos en los polos, y otro encima de África que, al parecer, no tiene ninguna utilidad. Todo esto en el supuesto de que los cinturones de Irradiación puedan obstaculizar una operación de gran Importancia sobre la Tierra, lo que es cierto dentro de las limitaciones de nuestra» técnica», pero no lo es en absoluto si imaginamos un dominio de las fuerzas naturales muy superior al nuestro. Por desgracia, no podemos Imaginar nada fuera del cuadro de nuestro» conocimientos y de lo que nos es permitido hacer. Faltos de tal posibilidad, llegamos a predicciones ridículas, tales como ese viaje a la Luna a bordo de una astronave tirada por gansos salvajes, o bien esa televisión, que describe Wells en Cuando el durmiente despierta y que el escritor estimaba posible en el siglo XXIII, y que consiste en el uso de espejos sobre los que la luz llega mediante tubos y del que ningún humilde mensajero hubiera querido saber nada en 1925. Dentro del cuadro, pues, de nuestras posibilidades, intentaré Imaginar y describir lo que ocurrió en Nasca. Si algún día llegamos a conocer la verdad, mi versión seguramente parecerá ridícula, pero no puedo evitarlo. Esta descripción presenta dos variantes:

El uso, para fijar los trazados de Nasca, de un vehículo análogo a algunos de los nuestros, el aerotrén por ejemplo. Volando a dos o tres metros del suelo, este artefacto, que la población debió de contemplar con una mezcla de admiración y de miedo, levantó los guijarros aspirándolos, para arrojarlos después a los lados del trazado y dejando para la población el trabajo de colocarlos en su sitio. Mediante una tecnología de este orden, bien pudieron establecerse, probablemente en un mes, los trazados de Nasca. Después de ello, el artefacto, probablemente teleguiado, remontó el espacio y fue recuperado por una astronave o una cápsula en órbita. En el Perú existen numerosas leyendas de este género, pero los especialistas, como es bien sabido, rehúsan tomar en serio tales leyendas.

Una segunda versión nos hace suponer que los trazados fueron hechos por la población local uniendo las órdenes, si no directamente de las Inteligencias, sí, por lo menos, de la raza superior que les representaba. Esto plantea algunos problemas: si los trazados sólo son visibles desde lo alto, ¿cómo hacer comprender a las poblaciones locales lo que tenían que hacer? El profesor J. Aldea Mason, sabio muy distinguido, curator emeritus de la Universidad de Pensilvania, sugiere que los trazados de Nasca pudieron ser hechos teniendo a la vista un modelo reducido, un dibujo por ejemplo. Pero, ¿quién realizaría ese dibujo? Además, esta hipótesis no tiene en cuenta la enorme dificultad que significa hacer trabajar a los primitivos según un plano o una fotografía. Esto se ha intentado, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, para la construcción de aeródromos, y nadie consiguió el menor éxito. Creo que la hipótesis del profesor Mason debe ser rechazada. Podemos imaginarnos una escena bastante parecida a algunas de la Biblia y de las leyendas: Después de cierto número de milagros, una voz se hace oír, el pueblo se reúne y cada obrero recibe instrucciones concretas sobre lo que debe hacer en un sitio determinado. El conjunto de la maniobra está dirigido desde un helicóptero, un globo o cualquier otro artefacto apto para mantenerse en un punto fijo y que nosotros no hemos inventado aún. La obra dura años, digamos decenios, y, cuando al fin está terminada, las Inteligencias o sus representantes se marchan. Habrán dado a conocer cierto número de técnicas, en particular el trabajo del platino, conocido prácticamente desde siempre en el Perú, y que los europeos sólo llegaron a dominar en 1730, usando métodos muy inferiores a los peruanos. Esto ha quedado bien determinado gracias a Bergsoe. ¿Y para qué serviría todo este trabajo? Sin duda, para construir una especie de cosmódromo adonde llevar —para que pudieran ser recuperados por artefactos relativamente sencillos, y autoguiados por medios ópticos—, los registradores que recogieron toda la información sobre lo ocurrido en la Tierra.

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