lunes, 4 de marzo de 2019

Libro: Érase Una Vez

Una Historia Alternativa de la Felicidad

Derren Brown

Categoría Autoayuda

El problema de ser positivos

Sintiéndome incomodado y sin disfrutar de su lectura, acabo de leer un libro de autoayuda extremadamente popular titulado El secreto, de Rhonda Byrne. Destaca como un ejemplo especialmente trágico de desinformación contraproducente en un género repleto de manuales inútiles y perspectivas insulsas sobre cómo vivir bien y prosperar. Supongo que gran parte de su éxito se debe a la esotérica promesa de su título y a la insinuación de un conocimiento misterioso y valioso que Byrne describe explícita (e inexplicablemente) como revelado a antiguas 

luminarias de la talla de Platón, Einstein y Beethoven.
Si no conoces el libro o no compartes el profundo conocimiento de Byrne sobre las motivaciones psicológicas de los genios que nos precedieron —perspicacia que, hasta ahora, se les ha escapado a sus más eminentes biógrafos—, permíteme que te lo explique. El secreto, según tengo entendido, apareció en primer lugar en forma de película, la cual me iré a la tumba sin ver, junto con las de porno heterosexual y la mayor parte de las películas de Kung Fu. Según Byrne, la película provocó un aluvión de testimonios trascendentales de espectadores que, al cabo de unos días de verla y poner en práctica su mensaje, descubrieron que llegaban montones de cheques inesperados al felpudo de su entrada con aplomo cotidiano. No está claro quién enviaba esos cheques ni si, como cabría imaginar, eran pagaderos, pero, a pesar de todo, el espectador o el lector que capta y pone en práctica la «ley de atracción» de Byrne puede esperar, como mínimo, un sorprendente aunque inmerecido giro económico en su vida.
Los dos pasos de la Ley de Atracción (el Secreto) funcionan del siguiente modo:


Eres «el imán más poderoso del universo... y este inconmensurable poder magnético se emite a través de pensamientos». Al ser magnéticos, tus pensamientos atraen más de lo mismo a tu vida. De modo que, si piensas negativamente, atraerás negatividad y mala suerte. Por el contrario, deberías decidir qué quieres en tu vida (por ejemplo un coche nuevo) y actuar como si ya lo tuvieras, llenando tu mente de pensamientos positivos sobre ello.
«Lo que la mayoría de las personas no entiende es que el pensamiento tiene una frecuencia. Podemos medir un pensamiento.»[1] Dicha frecuencia vibra en el universo, el cual responde enviándonos realmente el coche nuevo. El cosmos «empezará a reorganizarse para hacer que suceda». Continúa explicando: «Es realmente divertido. Es como tener el universo como un catálogo. Lo hojeas y dices: “Me gustaría tener esta experiencia, me gustaría tener este producto y me gustaría tener una persona así”. Haces un pedido al universo. Realmente es así de fácil».[2] El coche o la cosa deseada aparecerán. La versión cinematográfica de El secreto, según tengo entendido, muestra a una señora mirando codiciosamente un collar en un escaparate, enviando su deseo de conseguirlo al universo y, al cabo de un momento, aparece alrededor de su cuello. Así que puedes hacerte una idea; todo es bastante explícito.

Verdaderamente, no podemos rastrear el «secreto» de Byrne hasta lugares y personajes como Babilonia y Platón, tal como ella promete, por muy impresionantes que puedan ser esas referencias para una audiencia que no sabe más. Sus orígenes son más prosaicos. Se trata de un refrito del movimiento del Nuevo Pensamiento del siglo XIX, fundado por un filósofo e inventor llamado Phineas Parkhurst Quimby, que fue el primero en elogiar el poder curativo del pensamiento positivo en Estados Unidos. La idea misma de que el sistema sea «secreto» es, desde luego, una pura estratagema de marketing; no hay nada revelador o particularmente interesante en ello.
En el siglo XIX, Estados Unidos estaba bajo el control del calvinismo, una rigurosa variante del puritanismo que insistía en un intenso e implacable autoexamen aparejado con un extenuante trabajo duro. Había sido introducido por los colonos del siglo XVII y, según Barbara Ehrenreich en su excelente ataque contra el pensamiento positivo estadounidense, Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, sentó las bases para una revolución. El movimiento del Nuevo Pensamiento, mencionado anteriormente, que generaría la opresora positividad de Estados Unidos, surgió como un antídoto a la autoflagelación mental de sus piadosos y sentenciosos antepasados. Con el Nuevo Pensamiento, Dios era considerado una Mente o un Alma todopoderosa y el hombre una parte de esa fuerza perfecta. Todo, nos decían, era como debía ser, y el hombre solamente tenía que aprovechar el poder de esa Mente o Alma absoluta para ejercer su control sobre la enfermedad y el mundo físico. Esta es la auténtica fuente de la «ley de atracción» de Byrne.
En este libro veremos varias veces que cuando surge un movimiento para oponerse a una cultura actual, a menudo hereda la reveladora estructura de su predecesora. Así, el movimiento del Nuevo Pensamiento trajo consigo un enfoque extrañamente reprobador de la positividad heredada de los calvinistas:

Si una de las mejores cosas que se pueden decir del pensamiento positivo es que articuló una alternativa al calvinismo, una de las peores es que acabó conservando alguna de las características más nocivas del mismo: una severa moralización que tiene ecos de la antigua condena del pecado por parte de la religión y una insistencia en la tarea interna del autoexamen.[3]

Finalmente, los avances en la medicina en el siglo XX harían innecesaria la mayor parte del enfoque de «piensa mejor de ti mismo» del Nuevo Pensamiento respecto a la salud, al menos durante un tiempo. Si bien el reconocimiento del pensamiento positivo permaneció arraigado en la cultura estadounidense, diría que son los modernos curanderos y telepredicadores quienes, desde entonces, han reivindicado más vehementemente el poder del espíritu para sanar el cuerpo. La religión —o, más concretamente, la apropiación de la religión para perpetrar una estafa— puede tratar a la medicina con desdén, explotar los recelos y el miedo generados por tratamientos tan desagradables como la quimioterapia, y, con ello, imponer el sencillo mensaje de que puedes curarte únicamente con la fe.
Hemos sido testigos de cómo el perceptivo mensaje del pensamiento positivo ha pasado a rodear muchos problemas médicos. Ehrenreich detalla su propia frustración al no ser capaz de expresar su rabia por tener cáncer de mama en una cultura que insiste en que únicamente tendría que ser «valiente» y explicar lo enriquecedora que había sido esa experiencia para su vida. Y el fetichismo de la autoconfianza y el azote de los negativistas en el mundo de los negocios, continúa argumentando convincentemente, fue una causa determinante del reciente desplome económico.
En este libro voy a plantear una alternativa al pensamiento positivo que es mucho más eficaz a la hora de hacernos felices. Para entenderla, vamos a examinar con detalle formas de pensar que se desarrollaron en la Antigüedad en Grecia y Roma. De modo que empecemos por la afirmación de Byrne de que su sistema tiene su base en la más extraordinaria de las épocas.
El único aspecto de la «ley de atracción» que podría remontarnos a la Antigüedad es el de las fórmulas o palabras mágicas pronunciadas en voz baja. Pitágoras, famoso por la geometría, fue un mago filósofo muy antiguo citado desvergonzadamente por Byrne como parte del elenco de quienes compartían el secreto. De hecho, parece haber sido el primero en darse cuenta del poder psicológico de los conjuros. Sin embargo, junto con muchos de los otros filósofos que Byrne y otros gurús parecidos citan para respaldar sus afirmaciones, fue un personaje ascético y renunció a riquezas y posesiones por una vida de pureza. De hecho, sus enseñanzas no podrían estar más alejadas de la charlatanería de Byrne. Jámblico, un pensador clásico posterior y biógrafo de Pitágoras, señala que el filósofo hacía hincapié en la necesidad de conocer los límites de lo que podemos conseguir y de resignarnos a las «vicisitudes fuera de nuestro control».[4] El estrafalario intento de Byrne de tratar de reivindicar esta especie de base intelectual para controlar el universo es ridículo, si bien, como veremos, puede extraerse mucho más de los pensamientos genuinos y reflexiones de esos filósofos si dedicamos el tiempo suficiente a leer lo que dicen.
Mucha gente da fe del éxito de El secreto y un poco más adelante explicaré por qué aparentemente funciona. Mientras tanto, me encantaría asumir que Byrne actúa de buena fe y que el plan es inofensivo, pero la escala y el éxito de su proyecto implica que, en justicia, se le pueden pedir cuentas por diseminar esta información entre tanta gente y por las víctimas de su plan. ¿Provoca perjuicios? ¿No se trata de unas simples instrucciones inofensivas —aunque sean un engañabobos ridículo— para pensar de manera más positiva? En tal caso es algo bueno, ¿no?
Una creencia inquebrantable en el poder del pensamiento positivo puede, por sorprendente que resulte, ser exactamente igual de destructiva que pasarse la vida sumido en la actitud más pesimista. Si bien estamos fijándonos en ideas predominantemente estadounidenses, tomemos un desvío hacia un campo excéntrico que comparte algunas características sorprendentes con la ley de atracción. Al tratarse de un engaño más evidente, ilustrará cómo un plan como el de El secreto puede conducirnos al desastre.

CREE EN TI MISMO, CÚLPATE A TI MISMO

En 2010 viajé a Dallas con un equipo de TV y un instructor de submarinismo llamado Nathan. Estábamos rodando una película sobre la curación a través de la fe evangelista. Nathan había sido formado para hacerse pasar por curandero y llevaba consigo toda una historia en la que detallaba los años que supuestamente había pasado ejerciendo su ministerio en Uganda (lo cual explicaba que no hubiera información del trabajo de su alter ego, el «pastor James», en Inglaterra). Visitamos a unos cuantos viejos farsantes que divulgaban su versión del evangelio de la prosperidad, terroríficamente popular en aquella parte del mundo. El origen de este mensaje de riqueza y abundancia puede remontarse al mismo movimiento del Nuevo Pensamiento refrito en El secreto, pero realmente despegó en la década de 1950 con el renovado interés por las curaciones en Estados Unidos. Esta interpretación del evangelio nos dice que, como buenos cristianos, tenemos derecho a la riqueza económica tanto como a la espiritual; de hecho, ambas son parte del mismo proyecto que Dios tiene para nosotros. Se basa en la habitual selección cuidadosa de partes de las Escrituras y algunas interpretaciones interesadas de versículos como Malaquías 3:10:

Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.
 

«Dad y recibiréis.» La instrucción ha cambiado, gracias al trabajo de pastores como Kenneth Copeland, transformándose en la idea de que vosotros, los fieles, tenéis que dar dinero «con fe» a vuestro pastor y, a cambio, Dios os devolverá ese dinero multiplicado por cien. No hay la menor simulación de que el dinero que se le entrega al pastor vaya a emplearse en comprar biblias o ayudar a los huérfanos. El pastor coge el dinero desembolsado por su congregación —habitualmente humilde— por encima de sus posibilidades (¿qué mejor prueba de fe que dar más de lo que te puedes permitir?) y, de manera ostensible, se lo gasta en casas, aviones y joyas; esa misma riqueza es presentada como una prueba de que goza del favor de Dios. Y los fieles, por extraño que parezca, están encantados de financiar sus gustos caros, siempre con la esperanza de que su recompensa llegará.
Me quedé atónito por la transparencia del proceso. ¿Cómo es posible mantener este timo? ¿Por qué iba la gente a seguir donando si Dios no cumple su supuesta promesa?
Decidimos rodar con cámara oculta durante las sesiones de curación de un ministro llamado W. V. Grant. Es un pastor conocido en Dallas y dirige su iglesia desde un antiguo concesionario de coches sin ningún atractivo, rebautizado de manera muy optimista como Eagle’s Nest Cathedral (Catedral del nido del águila). En la década de 1990 pasó un tiempo en prisión como consecuencia del delito evangelista más habitual: evasión de impuestos. Si alguna vez te has preguntado por qué tantas instituciones turbias están tan ansiosas por obtener la categoría de organización religiosa y ser consideradas una religión, la respuesta es sencilla: si eres una institución religiosa, la mayoría de tus ingresos están libres de impuestos. Parte de los ingresos de Grant eran tributables y cuando no declaró 375.000 dólares y reconoció durante una conversación grabada que se había gastado 100.000 dólares de los miembros de su iglesia en la entrada de una casa valorada en 1,2 millones de dólares, fue multado y condenado a dieciséis meses de cárcel. Salió al año siguiente para encontrarse con una congregación menguante y ahora vende su mercancía en la carretera Interestatal 30.
Aquella noche nos encontramos a las ocho en punto en la sala de reuniones de nuestro hotel en Fort Worth. Nuestro plan de actuación estaba en un portafolio. En él se mostraba la disposición de los asientos de Eagle’s Nest y dónde nos situaríamos nosotros. Escuchamos y reímos nerviosamente y se nos advirtió repetidamente de que se trataba de una operación peligrosa. El equipo legal del Channel 4 estableció unas directrices estrictas. Había riesgos terribles para la salud y la seguridad; era una parte oscura y desconocida de la cultura de un estado del sur. Aquella semana ya habíamos estado a punto de ser arrestados cuando circulábamos por los alrededores de la iglesia de Copeland. Nos enfrentábamos a personas poderosas que actuaban a la defensiva, y estábamos en Texas. Probablemente habría pistolas.
Nathan se mantuvo apartado; él ya tenía que trabajar con su personaje. El equipo y yo íbamos equipados con microcámaras ocultas y micrófonos para grabar lo que pudiéramos. Las grabaciones ocultas son un negocio poco productivo: por cada media hora de primeros planos clandestinos de clavículas, techos y espacios vacíos, tienes suerte si hay diez segundos aprovechables. Yo llevaba una cámara en miniatura en la corbata y Jennie, mi vieja amiga y maquilladora artística, iba provista de un bolígrafo con cámara. Otros miembros del equipo de producción y rodaje estaban repartidos por lugares estratégicos de la congregación con equipos parecidos, lo cual nos permitía disponer de posiciones adecuadas para filmar.

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